Mis palabras favoritas

El sábado 18 de junio de 2011 se celebra «El día E». Un día para celebrar la lengua que hablamos, nada más y nada menos, 500 millones de personas en el mundo. Para este año han abierto una votación para seleccionar tu palabra favorita. En las opciones no hay unas cuantas que yo habría agregado, pero sí están algunas de las más populares. Las palabras fueron propuestas por personalidades del mundo hispanohablante que aparecen en este video.
Yo, además, he decidido aprovechar de traducir este post que escribí hace mucho tiempo sobre palabras que me gustan. El original es en inglés, pero aquí les van en la lengua de «el día E», como debe ser 😉
  • Ratunku: es un grito para pedir ayuda en polaco, es decir, significa «socorro». Me parece una palabra divertidísima y no la asocio, en ningún momento, con una situación de emergencia. Siempre que lo pienso, me río. Imagínense: «ratuuunku, ratuuuunku».
  • Jututuba: otra palabra que me causa gracia. Es estonia y significa «sala de chat». Creo que lo que la hace graciosa es la combinación de dos sílabas exactamente iguales «tu-tu». Eso es porque es una palabra compuesta, algo que sucede mucho en estonio, en alemán y en otras lenguas. Puedes, con toda razón, equivocarte y meter una o dos más: Jututututuba! xD
  • Serendipity: me parece curiosa esta palabra. Todavía no sé si me gusta por ser graciosa, interesante, extraña. La noté por primera vez hace unos años, cuando estaba viendo Donnie Darko con mi hermana. Desde entonces creo que la he leído un par de veces solamente. Según thefreedictionary.com significa “The faculty of making fortunate discoveries by accident». En español se encuentra el equivalente «serendipia», aunque no aparece en la RAE ni en diccionarios como el de wordreference.com, que suele responder a mis dudas. El origen parece estar en Serendip, el antiguo nombre en persa de Sri Lanka.
  • Butterfly: esta palabra me gusta desde que comencé a estudiar inglés. Suelo pensar en ella dividiéndola en sus dos partes Butter & Fly.  Les dejo aquí [en inglés] una nota con lo que dice thefreedictionary.com con respecto a esta palabra: “Is a butterfly named for the color of its excrement or because it was thought to steal butter? It is hard to imagine that anyone ever noticed the color of butterfly excrement or believed the insect capable of such theft. The first suggestion rests on the fact that an early Dutch name for the butterfly was boterschijte. The second is based on an old belief that the butterfly was really a larcenous witch in disguise”.
  • Mariposa: la versión en español también es muy linda, porque es María posando 🙂 O sea mariposa y ya sabrán ustedes que Mari es el diminutivo de mi nombre, María, lo cual me halaga 🙂

Aquí termina la lista original. Pero, por supuesto, en el camino he ido acumulando otras palabras que me gustan, pero también otras que me parecen espantosas.

Mis palabras favoritas
Mis palabras favoritas

Aunque no las recuerdo todas, porque he cometido el pecado de no anotarlas en el momento debido, aquí están las que aún tengo en la memoria:

  • Burbuja: esta me hace pensar que, definitivamente, tengo una fijación por palabras con muchas «u» y con sílabas iguales repetidas o muy similares, como «bur» y «bu». También me gusta la palabra en inglés:
  • Buble.
  • Elucubración: me parece una palabra espantosa. Da dolor verla, leerla, pronunciarla. Parece nombre de examen médico que nadie desea y me parece un insulto a la definición que recoge: meditación, reflexión.
  • Luukere:  significa «esqueleto» en estonio y me gusta, porque cuando la pronuncio, su sonido me hace imaginar a un esqueleto moviéndose al ritmo de una música muy enérgica, como la conga. Además, la aprendí con otra palabra en estonio que me parece graciosa:
  • Kikilips: que significa «corbatín» en español y para aprenderla, utilicé la imagen de un «luukere» con un corbatín que en estonio sería «luukere kikilipsiga» 🙂
  • Jäääär: otra más en estonio. Supongo que es normal que sean muchas en esta lengua, ahora que estoy aprendiéndola. Esta también es una palabra compuesta y si la dividimos obtenemos: jää que significa hielo y äär, que significa borde. Siempre que hablas con un estonio de la palabra, te dicen que difícilmente la usarás, pero es famosa porque así se llama una banda estonia. Cuando la pronuncio, me imagino a un japonesito karateca a punto de darte una patada y gritando: ¡¡jäääär!!

Más palabras, en otro momento. Por ahora, ¿por qué no me cuentan ustedes cuáles son sus palabras favoritas?

Angry Birds. O un viernes 13 en Helsinki.

Foto de susanti.chandra

No es que ir a Helsinki sea una cosa de otro planeta. No cuando vives en la capital estonia que está a 80 Km de la finlandesa y basta con tomar un bote que, después de un par de horas, te deja allí, más cerquita de los pingüinos y de los osos polares de lo que jamás he estado. Pues no, no es cosa de otro planeta, pero este día, parecía que la tan extendida superstición del viernes 13 se cumplía cabalmente: El viaje comenzaba porque, para un país tan pequeño como Estonia, no vale la pena tener una embajada, de modo que cualquier papeleo, en este caso extensión de nuestros pasaportes venezolanos, requería que fuésemos a donde los vecinos a visitar a los compatriotas que nos harían el favorcito de ponernos las cosas en orden. Así que partimos el viernes…13, no se nos puede olvidar. Partimos ya habiendo anunciado en nuestros respectivos trabajos que necesitaríamos el día libre. Lo hicimos en uno de los primeros botes del día, a las 8:00 A.M., después de una revitalizante caminata de 25 minutos para llegar al puerto. Era la segunda vez que hacíamos el viaje, la primera en bote rápido: pequeñito y por dentro como un autobús, pero más anchito y lo suficientemente rápido como para ahorrarnos 30 minutos del paseito. Durante la primera media hora, nada que no se haga en un viaje: tomar un cafecito, leer un poco y yo, como buena bella durmiente (así me llamaban en casa), comienzo la siesta a la que invita el meneo del bote. En medio de mi sueño siento que pegamos un salto que me despierta y me hace pensar que vamos en un avión abatido por turbulencias. Recuerdo que vamos en bote, pienso «sería una olita» y vuelvo a dormirme. Un par de minutos después, o eso me dice mi inconsciente, otro salto más y al mirar, medio despierta medio dormida hacia la ventana veo que nos bañamos en agua y así, durante los próximos 80 o 90 minutos comienza el quinto viaje más incómodo que he hecho en mi vida (1º Venezuela-Colombia en autobús; 2º Venezuela-Polonia en autobús, avión y tren; 3º Polonia-Estonia en autobús; 4º Estonia-Venezuela en mil aviones). A diferencia de los demás, cuya molestia había venido principalmente de su extensión, estos fueron sólo 90 minutos que parecieron una eternidad: el viento que hacía generaba unas olas que hacía que nuestra pequeña navecita baqueara de un lado a otro y de arriba abajo moviendo mis entrañas incesantemente y obligándome a pasar el resto del viaje con una bolsa plástica en la cara que cumplió con su indeseable función de recoger el resultado de mis arcadas. Y encima tenía que aguantarme la conversación de Luis con la «botemoza» que le decía que eso era normal, mientras otros 4 pasajeros a mi alrededor también llenaban sus bolsitas y ella le decía que  me podía dar tal o cual pastillita, que no hacía nada, más que afectar a la gente sicológicamente. Yo, claro que no me tomé la pastillita. Me aguanté el viaje con mala cara y mi bolsita, finalmente aprendí lo que significaba «to get seasick» y cuando llegamos a nuestro destino juré que más nunca me embarcaría en uno de esos botecitos. Ya en el camino nos habían anunciado que tal vez cancelarían el bote de regreso, que sería esa misma noche. Y yo cruzando los dedos: ¡que me envíen en el grandote! ¡Qué me importa a mí navegar 30 minutitos más! ¡Y qué más da que esté lleno de finlandeses borrachos! ¡En esa nave de juguete no me vuelvo a montar!

Ahí debía terminar la pesadilla, pero no. Luego de unas tres agradables horas de conversación y conversación con nuestro anfitrión Antonio, en la embajada, entre el relleno de formularios, sellos y firmas, las burlas sobre la política, y los debates sobre las experiencias de los venezolanos en el norte, estábamos listos para salir a turistear, a pasear por la ciudad, comprar exquisiteces venezolanas que allí podíamos encontrar y dejar que nuestras piernas se hincharan de tanto caminar. Agotados, nos metemos en uno de los muchísimos cafés de la ciudad y cuando ya nos disponíamos a ordenar algo para refrescarnos (como si no hubiéramos tenido suficiente «fresco» en la ciudad) nos percatamos de que un mensajito de la línea de barcos nos avisaba que nuestro regreso se cancelaba. Genial, se cumplía, no me montaría en el bendito juguete móntate-y-vomita, pero ¿y ahora? ¿cómo íbamos a regresar? La línea de atención telefónica estaba abarrotada y nadie nos atendía, así que no nos quedaba de otra que volver al puerto y resolver el asunto. En el camino, deseosa aún de refrescarme, decido hacer una parada y compro un par de heladitos: una para mí y otro para Luis. Delante de nosotros, reflejadas en la acera, se ven las figuras de unas lindas aves blancas que se acercan: normal, estamos junto al mar. Lo que no sabíamos es que esas figuras marcaban el inicio de una batalla que duraría menos de una cuadra, protagonizada por manotazos y picotazos, y concluída con la heróica actuación de Luis, que arrojando su helado al césped, hizo tiempo para que pudiéramos correr a un quiosco a protegernos, recuperarnos del susto y comernos el único helado que habíamos logrado salvar y dejamos atrás a la horda de gaviotas que gritaba salvajemente y se mataba por comerse el helado…¡qué animales!

Concluída la segunda parte de la pesadilla llegamos al puerto, cambiamos nuestro ticket y tomamos nota en el mapa de la dirección que debíamos seguir para llegar al otro puerto, de donde saldría nuestro barco unas horas después. Ya cansados, llegados a la estación de trenes, dimos mil vueltas para encontrar la parada de donde saldría el autobús que nos dejaría en el puerto. Confirmado el lugar, paramos a cenar y relajarnos del estresante día en un lugar de la estación. Eran las 19:10, nuestro autobús saldría a las 20:18. «Pensándolo bien, ya no hay mucho que hacer, tomemos el de las 20:08», decimos. Compramos el ticket, llegamos justo a tiempo. Una parada más adelante Luis pregunta: ¿no te falta un bolso? ¿El bolso? ¡oh no! ¡me falta un bolso! ¡el bolso con exquisiteces venezolanas! Comienza la tercera parte de nuestra aventura: se detiene el autobús, nos bajamos, comenzamos a correr como quien corre por su vida, atravesando la ciudad para llegar otra vez a la estación. El lugar está cerrado, ¡no! Las luces están encendidas. Tiene que haber alguien. Gritamos, golpeamos la puerta, casi la derrumbamos. Finalmente, una de las chicas sale, sonriente, con una tranquilidad que contrastaba tanto con nuestras caras de tragedia y desorden latino, nos entrega el bolso y nosotros, satisfechos de haberlo recuperado, caminamos de regreso a la parada. Esta vez, el autobús está allí y tenemos 10 minutos antes de que salga. Nos sentamos dentro, recuperamos el aliento, nos miramos, nos reímos y decimos «quién diría que una renovación de pasaporte terminaría en una competencia de obstáculos por Helsinki. Deberían existir programas turísticos de este tipo».

Llegamos al puerto, entramos en el gran barco, lleno de finlandeses borrachos y de estonios obreros cansados del trabajo. Yo, feliz. Leemos, dormimos un rato, paseamos por las tiendas del barco y encontramos ron Pampero de aniversario y, claro que sí, lo compramos. Una hora después de lo planeado, llegamos a Tallin, llegamos a casa. Estamos cansado, pero felices. Ha sido un viernes diferente. No sabemos si por el 13 o no, pero diferente, eso sí 🙂

Foto cortesía de susanti.chandra